(nos seguimos dando la libertad de postear distraidos papeles de vacaciones)
Con Angelito nos encontramos a las 4 de la mañana en
la esquina del puente Lavalle del lado de la terminal. Petiso. Gritaba
desaforadamente “Ledesma! Ledesma!” a la gente que pasaba. Estaba buscando
pasajeros para un remis compartido a Libertador General San Martín. Pinta de
penúltimo linyera. Minutos después lo vimos recibir una trompada de un tipo, de
“mejor pinta”, que lo puteaba. Instantes después estaba Angelito arriba del tipo a menos de un
metro nuestro diciéndole “vos no respetas? Te voy a enseñar a ser mil
respetuoso, porque así hay que ser con la gente”. No supimos para que lado
intervenir así que con que ninguno estuviera por matar al otro era suficiente
para no meterse en vaya a saber que pelea de 4 am. Minutos después había
doblado la esquina y no los vimos más. Pasaron cinco minutos y vimos volver a
Angelito con unas gotas de sangre en el pómulo, orgulloso de haber propinado
una buena paliza. Nunca supimos ni que pasó ni quién había triunfado, pero
Angelito nos hablaba de que taxi iba a Ledesma, nos preguntaba de donde
veníamos y nos contaba un pedazo de su vida en San Francisco, Córdoba. Este
Angelito fue la primer experiencia del viaje a Los Toldos. El otro Angelito se
presentaba a sí mismo como Miguel Angel y estrechaba la mano y cuando podía un
cálido abrazo de chamaco embebido, a quien saludaba. También era bajo. Luego de
que un taxi nos arrojara en un deshabitado puente internacional que cruza el
caudaloso Bermejo donde no hay nada más que una comunidad a 4 horas de caminata
bajo el sol, apareció. Fue un taxi que venía de La Mamora, localidad boliviana
cercana al puente internacional hacia la ciudad de Bermejo que clavo los frenos
con chillido y todo para primero presentarse amablemente después preguntar
adonde íbamos y negociar un precio para que nos llevara hasta Los Toldos. Antes
de salir se bajo de un colectivo una chica con su hija colgada en el mismo
paraje desolado bajo el sol. También vino. Costó convencer al conductor de que
nos lleve a la Argentina pero finalmente aceptó. El camino a Los Toldos es
jodido, con esas piedras que saltan abajo del auto y lo machacan. Por un
momento creí que el hombrecillo se iba a empacar dejándonos en el camino que le
habíamos asegurado estaba bien. Pero cada vez que el tipo se daba vuelta se
volvía a reír con el cachete hinchado de coca. Alcoholes norteños.