martes, 15 de enero de 2013

Festival norteño

( nos permitimos publicar una informal crónica de una vivencia de vacaciones en el norte de Salta)
El pueblo de Los Toldos sin querer nos recibió con un gran Festival. Percibimos la ansiosa espera de los primeros pobladores con los que charlamos. La primera en invitarnos fue Emi que con su hija de un año a cuestas nos acompañó en el taxi compartido de La Mamora (Bolivia) hasta el pueblo salteño. Tema común en cada charla. A pesar de esto, pensamos que era algo modesto, una fiesta en el pueblo sin llegar a dimensionar que el evento es esperado todo el año por los pobladores de lugar y sus alrededores. Nos encontramos horas más tarde en la puerta del lugar donde un afiche anunciaba que Ternura cerraba la noche a pura cumbia y fiesta. Entramos. Grandes letras plateadas titulaban el escenario “Festival Tradición y Sentimiento”.Un enorme predio a estrellado cielo abierto y base verde de un césped emparejado por los cerdos que transitan las calles del pueblo como perros, albergaba en el momento unas ochocientas personas que se convertirían con el pasar de las horas en más de mil. La gente había llegado de Orán, de Salta, de Tarija, de Bermejo y de muchos pequeños pueblos, El Arazay, Lipeo, Baritú y El Condado son algunos de ellos. Empanadas de carne fue nuevamente el menú elegido por nosotros y por muchos más que se enfilaban en una larga cola. Una provocadora coplera del chaco salteño agitaba a los muchachos. Rimaba que buscaba amante toldeño. Se asemejaba a una buena blusera. Terminando el número de la muchacha, el organizador subió desafiante a defender a su género en un contrapunto a copla limpia. Fue elegante y sencillamente destrozado. Luego vino el turno de Gabriel, un joven de Santa Victoria, pueblo del oeste coya salteño. En una mano el asta hueca de una vaca, en la otra una caja bagualera. Poncho rojo, sombrero. Su instrumento era el “erke”. El viento tronó en sus manos. Parecía que una vaca se había puesto a entonar. Un aire jazzero subía y bajaba de su instrumento coya acompañado por la base de percusión de su caja. Extraordinario. El pibe terminó y tomando el micrófono, agitó al público “¡A ver cómo baila Los Toldos!”. Un desorejado e impune organizador lo hizo bajar del escenario porque hacían fila abajo conocidos grupos regionales que tocarían después muy similares y monótonas chacareras y chamamés. Una injusticia musical. Luego de fumarnos dos horas de aburrimiento sonoro, terminó la rueda de repeticiones. Era el momento de la juventud. Todo oscuro mientras se acomodaban los músicos. “José Luis y su grupo Ternura” empezaron a romper la noche. La fiesta se agitó. No más de cinco minutos después una cortina de agua cerraba un telón transparente. A pesar de los esfuerzos de los músicos que en las tablas se presentaban, se apagó el sonido y las luces. Parte del público se amontonaba en un quincho. La juventud esperaba firme bajo el escenario, empapada. El barro se extendía. La espera no era en vano. Luces prendidas, la cumbia volvió a copar el aire. La escena estaba lista. Los pibes y las pibas tenían su noche. Grandes rondas se movían “de aquí pa allá”. Pogo cumbiero. No tardó mucho el primero en patinar por el piso y las espaldas de todos se tiñeron del color de la tierra mojada. Los grupos empezaron a rodar por el suelo de espeso barro. El agite no paro de crecer en este modesto Woodstock norteño.

1 comentario: