jueves, 5 de diciembre de 2013

Córdoba, 3 de diciembre


Se sentó en la moto ya bañado, fresco. Se había terminado de sacar la tierra que tenía hasta debajo de las uñas. La obra era así, sucia. Transpiración más tierra, toda pegada. Habían trabajado hasta tarde porque a las siete iba el arquitecto y había que tener todo listo, por lo menos las paredes del segundo piso. No había llegado a tomarse la birra de la salida con los pibes, tenía que picar a buscar al Dani que salía del negocio en el que laburaba y lo iba a esperar ahí por la Ituzaingó. Había comprado la moto con la tarjeta del viejo y lo llevaba a todos lados. Le gustaba el viento chocándole la cara. Esa tarde habían quedado con Leandro en verse cuando salía de la panadería y tomar una cerveza, por ahí nomás. Se hacía tarde y ya estaba oscuro el cielo. Se había enterado que había algún quilombo, que había habido unos saqueos en barrio Sep, por la radio. Igual eso era lejos de su ruta, no iba a tener ningún problema. Quedaba lejos de su Parque República, que quedaba lejos de todo. No había azules, se acordó de que estaba en una huelga o algo así. No lo habían parado en el puente como siempre, donde lo hacían bajar, mostrar todos los papeles, le preguntaban adonde iba, quién era, de donde venía y si les decía algo que no les gustaba, se venía el cacheo de policías gigantes con itakas, ya dos veces lo habían llevado preso por andar caminando por el centro nomás con unos pibes de barrio. Se había comido tres días en la comisaría. Copado, sin kobanis es otra cosa, pensó. Así, viento en la cara, bañado, fresco, atravesó el centro al palo.

Había llegado temprano de la Facu, se había ido antes de que termine la clase, como muchos de sus compañeros de la Católica. Había llegado el comentario de saqueos y decían que había bandas de delincuentes que se avanzaban hacia el centro. Ramiro decidió no ir al gimnasio, solo por ese día, no quería perder su rutina. Cuando llegaba al departamento lo llamó su mamá, decía que Córdoba era un caos, que no saliera de su casa, que cualquier negro de mierda de los que no le importa la vida de nadie lo iba a asaltar. No la tranquilizó le recomendó el alplax que siempre llevaba en la cartera y cortó. Empezó a sentir un murmullo que entraba por la ventana, se asomó y vió gente pero era la de la cuadra. Estaba el señor del cuarto, el de la perrita blanca chiquita que ladra histéricamente con su hijo que siempre veía en el gimnasio. También la flaca del sexto que estudiaba derecho y siempre estaba arreglada, siempre. Y así mucha gente bien, no le iban a hacer nada. Se estaban defendiendo de los delincuentes, que parecía, eran muchos. Igual con su físico en base a horas de gimnasio y el rugby de cuando era más chico, estaba dispuesto a enfrentarse a cualquiera. A esa hora el face explotaba de amigas asustadas y gente que decía que había que salir a cazar negros de mierda que se estaban robando todo, él leía todo desde su celular. Se puso un poco de perfume y bajó.

La moto pegó la vuelta por la Peredo, plena Nueva Córdoba, antes había esquivados cortes de gente que había cruzado los autos y se amontonaba en las esquinas, uno los había puteado, que los iban a cagar matando les habían gritado. Fede no entendía nada pero siguió subiendo la Independencia acelerando más todavía. En esa esquina dobló regalado viendo que no estaba bloqueada la calle. De pronto le cruzaron un auto, tuvo que frenar de golpe y un bate de béisbol le reventó la espalda al Dani, A él le tocó una piña de mano pesada que lo hizo caer de la moto. Sería la pierna de Ramiro la que le hiciera sonar los huesos de la costilla de una sola patada, algo se rompió en el instante. El señor del cuarto había perdido su compostura habitual y lo escupía mientras no paraba de gritarle “¡negros de mierda!”, “¡vayan a cobrar los planes!”, “¡estos son los ladrones de siempre!”, “que aprendan carajo”. A esa altura las patadas eran una lluvia. Vecinos aplaudían y gritaban desde los departamentos de arriba, “miralo al negro este como lloriquea, así no van a chorear más, hijos de puta” decía el flaco del octavo mientras se reía y les sacaba foto con su celular. Fede estaba en el piso, quiso explicar que él no robaba pero otra patada de Ramiro fue a la cara y le rompió la nariz que desde ese momento no paraba de sangrar. La moto, la que había comprado con la tarjeta de su viejo y todavía no terminaba de pagar empezó a arder. Los celulares disparaban flashes mientras seguían lloviendo golpes y escupitajos. En eso cayeron dos de los pocos policías que estaban trabajando y pararon los golpes. Los canas los levantaron como bolsas, los pusieron contra un auto mientras seguía la histeria colectiva de la gente de bien. Al toque los esposaron y arrastrándolos los metieron a un patrullero mientras dejaban huellas de sangre. “Metelos presos, negros de mierda, que no salgan más”, decía el señor de la perrita histérica con los dientes apretados ya desencajado. El patrullero los llevó hasta el Hospital de Urgencias esposados, puteados, basureados, también por los policías. El Urgencias estaba colapsado, muchos como él, mucha sangre. Terminaron guardados como bestias en jaulas, la ex cárcel de Encausados, a las patadas ahí también. De fondo, los tiros.

3 comentarios:

  1. Crudo, real y a la vez poético. Una buena fotografía inmersa en una realidad tan absurda como lógica.
    Buen relato, amigo. Abrazo grande

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  2. Cuando la literatura mantiene una relación tan estrecha con la realidad, al punto de ser aquella una crónica de ésta, se hacen difíciles los comentarios, Sobre todo porque la cercanía en tiempo y espacio con lo narrado en este caso, no nos ha permitido todavía salir del estupor. La herida es tan reciente... Trato de pensar en otras condiciones de recepción de este texto. Intento seguir haciendo fuerza para imaginar una sociedad nueva; una sociedad donde esto pueda leerse como pura ficción o donde las nuevas generaciones tengan que remitirse a la historia de siglos anteriores, con asombro de comprobar que de verdad algo como esto pudo haber sucedido en una sociedad humana. Excelente crónica, y necesaria.

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  3. Muy bueno, no pierde su pluma Ramírez...

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