Jujuy, es una ciudad repleta de gente que va y que viene. Gente morena. Lejos del
crisol porteño. Su gente llena las veredas. Como Hormigas. Un centro
saturado. Los pueblos de los alrededores no dan para más hace rato y las migraciones
a la ciudad son constantes. Los barrios se van extendiendo cada vez más. El
fenomenal crecimiento del barrio popular Alto Comedero es muestra es eso. Una
ciudad que también es de paso. Jujeños, bolivianos y peruanos rumbean para Buenos
Aires o Córdoba a ganar el pan. Algunos van y vienen llevando ropa y otros
productos de Bolivia hacia el sur. Discriminados en todo el país, los “morochos”
laburan a puro sudor. A la construcción en las urbes, a la cosecha en los
campos, al empleo doméstico las mujeres, todos se alejan de su
tierra. Jujuy se construye así, de pobrezas generalizadas y de un grupito de
blancos de alcurnia y perfumes finos que, cuál colonia, son un símbolo de clase
dominante y de la opresión del originario. Las clases sociales en Jujuy son de marcados colores diferentes. No es raro caminar por el centro y que de pronto aparezca un auto o
camioneta de alta gama con un gringo al volante. Tampoco es raro ver montadas
en dichos rodados, a las rubias de Jujuy. Los blancos, también se sientan en los bares del centro a saludar a los
suyos como una gran familia. A los gritos, para que todo el mundo se entere que
pertenecen a una hermandad de clase. Lugar de paso de la cocaína también es
esta humilde ciudad, la cuál es manejada justamente por esos blancos, mientras los
que la manipulan son “los negros”. Jujuy sigue ahí enclavada entre cerros,
rodeada de ríos, mirando como camina la injusticia por sus calles. Marcadas y diferentes entonaciones, una para los patrones, otra para los trabajadores y los pobres se
dejan oír, por quién quiere oír. La xenofobia los blancos la aprenden de
chiquitos, los padres enseñan a despreciar a la empleada doméstica, al
jardinero, al mecánico, al cajero y así. “A los negros no les gusta trabajar,
hay que tenerlos cagando”, es una de las frases preferidas del blanco jujeño
con la que crecen los niños, muy blanquitos ellos también. Acá no solo “el cliente
tiene la razón”, acá el blanco tiene la razón y el negro debe agachar la
cabeza. Sin embargo esta ciudad ha visto caer a más de un gobernador durante
los noventa a base de lucha callejera. Demostrando así que la bronca coya no es
tibia, no es obediente, es dura y disruptiva. Y así, van pasando los años de
miserias. Una ciudad desgarrada sin solución. La opresión y la explotación van minando
la paciencia del paciente jujeño. Los blancos creen que está todo dominado
hasta que, de pronto, esa masa de gente de piel morena toma las calles y no hay
quien la pare. Ya lo demostró. Hay un importante destacamento obrero en esta pequeña y humilde
ciudad que puede entrar en combate mas temprano que tarde.
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